El pasado sábado decidí darme una vuelta por este céntrico escenario catalán y me fue imposible mantener guardada mi cámara fotográfica, renuncié a mi orgullo de ser barcelonés y me convertí en un guiri más inmortalizando como un poseso aquellos colores frutales que inundaban las primeras tiendas. Los productos del huerto me llevaron hasta dejar tierra firme para comenzar a sentir el olor del mar mediterráneo espolvoreado por quilos y quilos de pescado fresco, gambas, mejillones, doradas, lubinas, merluza, bogavantes, gallos, rape,… podría seguir enumerando la belleza marina y no tendría una décima parte de lo que en realidad vi en esa pequeña lonja.
Después de una hora paseando por ese laberinto de alimentos mi estómago quiso romper tregua antes de lo habitual, así que me dejé llevar por lo apetitoso de una simple empanada que pedía ser comida a gritos desde un humilde escaparate. Cedí a la sugerencia del bocado que volvió a recordarme que de ese mercado ya no se sale diciendo bye bye, sino más bien, adéu-siau i fins la propera!
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